Turquía se muestra a nuestros ojos como un variado y rico calidoscopio: secular y devota, sensual y mística, nostálgica de su pasado deslumbrante, y orgullosa de los vertiginosos cambios que la han llevado a ser reconocida como una nación moderna, adaptada a los nuevos tiempos. El Gran Bazar, bullicioso y colorido, es una fiesta a los sentidos, y la sublime arquitectura de sus iglesias y mezquitas elevan el espíritu. Derviches danzantes nos envuelven en un amoroso éxtasis místico, y las sensuales mujeres, con su ondulante danza del vientre, convierten nuestros cuerpos en felices receptáculos de sus encantos. El raki, licor anisado, conocido como “leche de león”, en el que anidan el higo y la uva, es el mejor acompañante de los meze, exquisitos entremeses que llegan en oleadas pausadas de olores y sabores, para que gocemos de ellos en finos bocados, porque la curiosidad y el gusto no deben irrumpir de golpe ni desaparecer de tajo, sino prolongarse cautamente como los buenos amores. La reciedumbre de su café es afinada con azúcar, y el té de manzana o de hierbas, servido en pequeños vasos transparentes en forma de tulipán, tonifica y reanima. ¿Y qué mejor para deslizarnos por el tiempo sin prisas que fumar narguile, esa pipa de agua con tabaco aromatizado?  Su ritual exige no hablar en voz alta y aspirar lentamente y con deleite. ¿No es así cómo deberíamos ir por la vida?